DEFICIENTES
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   La educación religiosa de todo tipo de deficientes debe ser un especial desafío en la Iglesia en general y en cada comunidad cristiana en particular (parroquias, familias, colegios cristianos, grupos).
   La evangelización de los más pobres, al menos entendiendo la tarea catequéti­ca en conformidad con el Corazón de Cristo (Lc. 4. 1-10), exige que los "deficientes" sean objeto prioritario en planes y en proyectos pastorales.

   No se puede perfilar bien un mapa de rasgos y una síntesis de la religiosidad de este tipo de catequizandos, sin recordar que ellos "son importantes" en la Iglesia cristiana y hacer referencia a que se cuenta con ellos en la pastoral, en la catequesis, en la liturgia.
   Aquellos creyentes que, por diversos motivos intelectuales, afectivos, sociales, físicos, no pueden ser retratados en los diseños perfilados en base a la normalidad, tienen también derecho a que se estudie su situación.

   1. Criterios básicos

   Los "más pobres"  son los deficientes y los retrasados, los marginados y los enfermos, los huérfanos y los delincuen­tes, los que sufren carencias diversas.
   La Iglesia siempre ha visto en esos hermanos más necesitados un estímulo para su actuación esmerada. Ella recoge el espíritu del Evangelio, que da testimo­nios claros de la predilección de Cristo por los débiles: los niños, los enfermos, los pecadores, los que sufren disminu­ciones de cualquier tipo personal o so­cial. El catequista debe hacerse eco del Evangelio.
   Debe ser consciente de esas necesidades frecuentes y abundantes. Y debe ofrecer la atención reclama­da por esas personas, atendiendo a las circuns­tan­cias que provocan su peculiar situa­ción.

   1.1. Identidad

   Cuando se habla de deficientes, se engloba en esta categoría no tanto a catequizandos con "necesidades especiales" de atención y de acogida, sino a los que, por su situación física, moral, mental o social, reclaman una labor original.
   Con ellos se precisa configurar una metodología (lenguaje) y unos esquemas doctrinales (mensaje) en sintonía con sus posibilidades percepti­vas y conceptuales. Y se requiere fomentar las circunstancias propicias para la acción.
   Es tarea meritoria de esa "catequesis especial" el explorar a cada sujeto, o grupo homogéneo de sujetos, según la índole de las deficiencias: ciegos, enfermos, delincuentes, discapacitados motóricos, enfermos orgánicos, disminuidos mentales, etc. El catequista requiere mucha generosidad y grandes dosis de creatividad para adaptarse a las personas y derrochar profundo amor cristiano.
    Se debe tener siempre presente el gran principio de que "también los catequizandos especiales" necesitan una formación religiosa adecuada a su situación y a sus necesidades. La Iglesia, y en su nombre cada catequista, debe hacerse sensible a esas situaciones.
   En este tipo de personas, la religiosidad, como cualquier otro rasgo psicológi­co, (inteligencia, voluntad, afectividad, fantasía, lenguaje, sociabilidad...), existe como realidad individual concreta. Reclama atenciones individuales, aun cuando se haga en grupo. Sus procesos madurativos dependen de su situación, pero también de las ayudas aprovechadas.

   1.2. Prioridad

   Por difícil y problemática que se presente cualquier situación personal, en la catequesis hay que atenderla con predilección. Hay que saber aportar los contenidos y las metodologías más convenientes. Hay que hacerlo con normalidad, sabiendo que es la línea testimonial más que la eficacia pedagógica lo que define este tipo de acción educadora.
   Con frecuencia podemos caer en la tentación de pensar que estas personas, o muchas de ellas, no cuentan con capacidades para el cultivo de una religiosidad normal. Es peligroso apoyarse en los prejuicios, ya que cada persona es diferente y todas juntas constituyen un misterio humano.
   Si en algún terreno precisa el catequista y el educador de la fe comprensión y cercanía, es precisamente en éste de las personas deficientes. Ellas deben ser las primeras en ser atendidas, precisamente por ser las más necesitadas.
   Habrá personas que, ante experiencias adversas o ante deficiencias intelectuales graves, cuentan con limitaciones insuperables para digerir conceptos tan sutiles como la bondad o la grandeza de Dios, el amor humano como reflejo del divino, la posibilidad de la plegaria, la necesidad de luchar contra el mal.
   Es bueno recordar que, con frecuencia, los deficientes cuentan con más capacidad de lo que a primera vista se piensa para asimilar hechos transcendentes, a pesar de sus vacíos personales o situaciones difíciles.
   Lo que necesi­tan es catequistas y educadores pacientes y dueños de una pedagogía del servicio, que entienda de niveles de adaptación, de ritmos flexi­bles, de pacientes proce­sos acomodados a cada situación
   Esta tarea sólo se puede hacer desde el amor a las perso­nas, sin falsas actitudes de compasión y sin frecuentes actitudes de resignación ante las limitaciones que imponen las deficiencias.
   Si estos cristianos, más necesitados que los demás para recoger y asimilar el mensaje de la salvación, no son adecua­damente atendidos, tendrán la doble desgracia de su marginación humana y también religiosa. Si se les atiende con solicitud preferente y esmero, incluso la formación religiosa se convertirá en don magnífico que les podrá ayudar a recu­perar en parte su normalidad (caso de los desajustados sociales) o, al menos, a asumir con sentido trascendente sus mismas limitaciones humanas (caso de los deficientes sensoriales).
   Para atender a los deficientes, es preciso recordar que las diferencias entre ellos son más cualitativas que cuantitativas. Los educadores tendrán que distinguir bien las situaciones mentales, morales y sociales en que se mueve cada uno de ellos.
   En la medida de lo posible habrán de especializarse en los modos y niveles de comunicación que cada deficiencia implica. Asó podrás discernir, relacionar, comprender, actuar y servir.

     3. Religiosidad del deficiente

   Es evidente que cada tipo de deficiencia o desajuste representa un mundo diferente, en función de las circunstan­cias en que se desenvuelven quienes las sufren o de las influencias que se reci­ben en los primeros años.
   Los aspectos que el catequista debe tener en cuenta son todos aquellos que pueden servir para adaptar el mensaje a sus mentes y a sus personas.
   Lo hará desde la perspectiva de la fe y con la confianza pedagógica de quien sabe suavizar tensiones y no incrementar antagonismos. Debe persuadirse que ninguna barrera es absoluta y suficientemente negativa para impedir la acción de Dios. Pero que Dios sólo actúa, si encuentra cauces educativos por los que pueda fluir hacia las personas.

    3.1. Vitalidad del testimonio

   Con los deficientes de cualquier tipo, más que las reflexiones y planteamien­tos generales, son las relaciones afectuosas y el testimonio personal lo que llega al fondo de los corazones.
   Es tal la variedad de dinamismos que entran en juego, que es imposible formular criterios generales. Pero son los ejemplos concretos los principales len­guajes que hace eficaz la diná­mica educativa en estos entornos.
   Algunas consignas algunos ejemplos son orientadoras en este terreno.
      - La afectividad egocéntrica de muchos deficientes mentales, al menos no profundos, es el camino que hace posible el descubrimiento de un Dios bueno que ama y protege a todos. Sentirse impor­tante ante Dios es el mensaje más excelente que se les puede comunicar.
     - El vacío familiar que puede experi­mentar un huérfano puede hacer asequi­ble el mensaje de la paternidad divina, de la maternidad mariana, de la amistad de Jesús o el valor comunitario de la Iglesia como familia acogedora, etc.,
     - Los malos hábitos de muchos delincuentes y sus carencias espirituales no siempre son incompatibles con ideas nobles y sublimes: la presentación de Dios como Padre, de María Virgen como Madre de Dios y madre nuestra, de la Iglesia como comunidad fraterna.
     - Hasta los delincuentes más pertinaces poseen frecuentemente "restos morales" en su estructura personal y pueden entender la nobleza del respeto al débil, la grandeza del autocontrol ante el desajuste sexual, la alegría de la vida cuando se salva al desesperado, la resignación cuando llega la deformidad corporal o la enfermedad.
    La sensibilidad religiosa que se da en las personas aquejadas de desajustes físicos, psíquicos o morales difícilmente llega a quedar tan atro­fiada que no pue­da hacerse "algo" en su favor. Esa debe ser la gran llamada que los catequistas de estos nuevos cristia­nos deben llevar clavada en su espíritu educador.
    El educador de la fe, a partir de la acogida humana y de la situa­ción de cada persona, debe apoyarse en lo bueno que hay en cada hombre y debe anunciar el Reino de Dios, dejando que sea El quien actúa en cada espíritu.
    Debe trabajar con la certeza de que en cada hombre existen capacidades para el encuentro con Dios. Su misión es ofrecer los cauces para que Dios se vaya acercando al hombre y para que el hombre progresivamente se acerque hacia el misterio.

   3.2. Testimonio proyectivo

  Por otra parte, al margen de la eficacia grande o pequeña que se logra con los receptores de su tarea educativa, el educador y el catequista de este tipo de catequizandos deben descubrir el sentido testimonial de su labor. No son los resultados educativos lo más importante de su trabajo. Es el efecto persuasivo y evangelizador de cara a los hombres lo que su labor realiza.
   Hasta la catequesis con los deficientes profundos o severos, con los enfermos desahuciados en fase terminal o con los delincuentes aparentemente irrecuperables posee una insospechada energía misionera.
   Desde los primeros tiempos cristianos, el testimonio que se ofrece al mundo atendiendo y acogiendo a los más pobres, fue considerado como un potencial misionero de primer orden. Sin hablar de la caridad, se hace presente ante el mundo los efectos del amor. Sin predicar de palabra la fe, se hace vivir la fe con hechos reales, sin invitar a la oración se hace ver que la verdadera oración es amar al más pobre.
 

  
 
 

 

 

   

 

 

2. Tipos de deficientes:

  Un mapa de deficiencias hará compren­der en estas personas las distancias y diferencias a efectos educativos.

   2.1. Físicos y fisiológicos

- Enfermos: encamados, no encama­dos, domiciliarios, hospitalarios...
- Disminuidos motóricos: paralíticos, deformes, desfigurados...
- Alterados o deficientes sensoriales: ciegos, sordos...

   2.2. Psíquicos

- Deficientes mentales: ligeros, medios, severos, profundos (oligofrénicos)
- Los que tienen otros desajustes men­tales: tarados, disfrénicos, obse­sos...
- Problematizados lingüísticos: disfémicos, disléxicos, disgráficos...
- Trastornados de personalidad: desajustados afectivos, abúlicos, apáticos...
- Los desequilibrados morales o con trastornos éticos: perver­sos, perturbados sexua­es, violentos... alterados...

   2.3. Sociales

- Encarcelados, refugiados, emigrantes, desplazados, desarraigados...
- Desfamiliarizados: huérfanos, hospicia­nos, abandonados, vagabundos...
- Marginados: rechazados, transeúntes, refugiados, emigrantes, minorías étnicas.
- Delincuentes: violentos, toxicómanos, cleptómanos, alcohólicos, criminales... 

   2.4. Pedagógicos

  - Los retrasados en sus proce­sos madurativos o académicos.
  - Los desmotivados o carentes de apoyos familiares mínimos: que viven ambientes o situacio­nes familiares trau­matizantes.
  - Los carentes de estructuras éticas positivas: perturbados morales, ludópa­tas, absentistas..

   2.5. En lo religioso

   - Los carentes de madu­ración religio­sa suficiente o apoyos ambientales o fami­liares: agnósticos, distorsio­nados, escép­ticos, ateos pacíficos o antirreligiosos obsesivos prematu­ros.
   - Los que viven situa­ciones poli­confe­sionales no asimiladas y el desconcierto que provocan los antagonismos.
   - Los sometidos a determinadas pre­siones religiosas sectarias: fanáticos, integristas.

4. Catequesis de los más pobres

   Con todo, esa catequesis de los más pobres debe ser mirada como algo más que un signo eclesial. Y debe ser prepa­rada y desarrollada con habilidad para que consiga con los destinatarios los mejores efectos posibles.
  En general, la catequesis debe tener presente la situación de cada persona y la diversidad de sus exigencias según sea el aspecto o terreno en el que se produce la deficiencia

   4.1. Principios

  Es conveniente recordar que este tipo de catequesis reclama cierta especializa­ción para que sea bien realizada. Pero la especialización nace más de la experien­cia cotidiana que del estudio teórico de libros y de cursos adecuado.
   En la medida en que se conserva la capacidad de ins­trucción, de forma­ción y de educación, toda persona tiene dere­cho a recibir­las. Y los educadores de la fe que se dediquen a ello debe familiarizarse con los lenguajes que llega al hombre en cada situación. Por eso han de preparar los medios y cauces conve­nientes.
   Esto no siempre se puede hacer conforme a proyectos ideales. Pero los miembros de cualquier comunidad cristiana deben sentirse desafiados para cumplir con los mínimos exigibles.
    Los catequistas de estos ámbitos han fomentar al máximo las relaciones para complementarse entre ellos, pues no siempre es suficiente la buena voluntad y la dedicación de tiempo y de esfuerzos.
    Se preci­sa mucha creatividad para encontrar medios y caminos adecuados a cada situación.
   Y se requieren estructuras de apoyo, organización adecuada, colaboraciones abiertas, alientos suficientes, para ir siempre hacia adelante, pues las dificul­tades suplementarias pueden ser muchas y agotar ilusiones.
  A cada deficiente se le debe tratar individualmente.
      -  Se le debe atender en lo referente al entorno humano en el que vive (esco­larizado o no escolarizado, acogi­do en su familia o rechazado por ella).
      - Se le debe seguir con habilidad y constancia en su proceso de crecimiento intelectual y moral, según su edad y su nivel madurativo (niños, adolescentes, jóvenes, adultos).
      - Se le debe proporcionar la conveniente vivencia escolar, teniendo en cuenta sus características: capacitación, lenguaje, retraso o desajuste cultural, sintonía, etc.

    4.2. Situaciones religiosas

    Se debe conocer, en la medida de lo posible, el tipo de formación que anterior­mente ha recibido, tanto en el terreno moral como en el específicamente reli­gioso: oración, sacramentos, prácticas, devociones, aprendizajes generales.
      - Los que han tenido una formación básica oportuna, familiar sobre todo, cuentan con mínimos de los que partir en su formación: conocimientos, doctri­nas lenguajes, experiencias... Con ellos la tarea es de continuidad. Cuentan con cultura y preparación anterior y de ella se puede obtener singular provecho.
      - Los que han sido abandonados en lo religioso, sin ninguna vida sacramen­tal, sin prácticas espirituales, sin referencias morales, necesitarán una ayuda educativa compensadora y, en ocasiones, rectificadora. Ello reclama mayor espe­cialización, con miras a la normalización de su estado o posición negativa.
    Algunas situaciones especiales reclaman preparación singular en los catequistas. No basta la buena voluntad, aun cuando sea el punto de partida. Se requiere cierta técnica educadora adaptada y ésta sólo se adquiere con capacitación prolongada y selecta. Y exige también tiempo, paciencia y experiencias progresivas.
    A veces pueden ambas cosas parecer costosas, pero nada es difícil para quien ama a los catequizandos y mira en ellos el rostro de Dios.

   4.3. Especialidad

   Podemos reflejar, a modo de ejemplo, en este inmenso campo de las necesida­des especiales, algunas consignas de tres situaciones especiales:

    4.3.1. Los deficientes sensoriales

  Son los sordos o ciegos, paralíticos, enfermos. Precisan un lenguaje peculiar, ya que sus deficiencias propias les alejan de los lenguajes naturales. A veces su interpretación de los mensajes recibi­dos no llega a la captación de aspectos abstractos o generales que son inseparables de lo religioso. Sin embargo, sus sentimientos o cono­cimien­tos religiosos pueden llegar a normalizarse, a partir de determinados niveles madurativos y de los procesos formativos que con ellos se empleen.

   4.3.2. Los deficientes mentales.

  Del nivel de su deficiencia dependerá en gran medida la configuración religiosa a la que puedan llegar. La total incapaci­dad espiritual de los profundos no impide que con ellos se pueda proceder a algún tipo de formación, dejando al misterio de la acción divina  la repercusión que en su conciencia pueda tener el mensaje recibi­do.
   Los ligeros, e incluso los medios y hasta los severos, son susceptibles de formación cristiana adaptada a su situación. Para ellos es preciso acomodar los programas y sobre todo los ritmos formativos.

   4.3.3. Los marginados sociales.

   Pueden manifestarse con aparentes estados de normalidad: en ideas, senti­mientos, comportamientos... Sin embargo, las alteraciones religiosas sufridas con frecuencia en los años infantiles pueden dejar secuelas éticas en relación a lo religioso, que tal vez se manifiesten permanentemente durante toda la vida.
   El Catequista debe tratar de compen­sar las deficiencias, alteracio­nes, vacíos o dificultades de estas personas, muchas veces heridas, pero siempre recuperables en la medida de lo posible.
   En este terreno de las deficiencias morales, sociales o intelectuales se corre el riesgo de tratar de normalizar la for­mación religiosa sólo ofreciendo programas disminuidos o adaptados metodológicamente.
   Aunque la intención es loable, no siem­pre resulta posible esta adaptación, ya que no se trata de sim­ples personas retrasa­das. Es más conveniente asumir las situaciones de deficiencia y hacerlas suavemente aceptar por los padres, que muchas veces serán los que más pue­den aportar para el trato más conveniente en cada caso.